2 de enero de 2010

La casada infiel

Río Asón en Ampuero (Cantabria) © Pepe



Y que yo me la llevé al río

creyendo que era mozuela,

pero tenía marido,



Fue la noche de Santiago

y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles

y se encendieron los grillos.



En las últimas esquinas

toqué sus pechos dormidos,

y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos.



El almidón de su enagua

me sonaba en el oído

como una pieza de seda

rasgada por diez cuchillos.



Sin luz de plata en sus copas

los árboles han crecido,

y un horizonte de perros

ladra muy lejos del río.



Pasadas las zarzamoras,

los juncos y los espinos,

bajo su mata de pelo

hice un hoyo sobre el limo.



Yo me quité la corbata.

Ella se quitó el vestido.

Yo, el cinturón con revolver.

Ella, sus cuatro corpiños.



Ni nardos ni caracolas

tienen el cutis tan fino,

ni los cristales con luna

relumbran con ese brillo.



Sus muslos se me escapaban

como peces sorprendidos,

la mitad llenos de lumbre,

la mitad llenos de frío.



Aquella noche corrí

el mejor de los caminos,

montado en potra de nácar

sin bridas y sin estribos.



No quiero decir, por hombre,

las cosas que ella me dijo

la luz del entendimiento

me hace ser muy comedido.



Sucia de besos y arena,

yo me la llevé del río.

Con el aire se batían

las espadas de los lirios.



Me porté como quien soy.

Como un gitano legítimo.

Le regalé un costurero

grande, de raso pajizo,

y no quise enamorarme

porque teniendo marido

me dijo que era mozuela

cuando la llevaba al río.



Federico García Lorca



La casada infiel




Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido,


Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.


En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.


El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.


Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.


Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.


Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo, el cinturón con revolver.
Ella, sus cuatro corpiños.


Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.


Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.


Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.


No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo
la luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.


Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.


Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

Federico García Lorca