24 de diciembre de 2013

16 de diciembre de 2013

A una dama bizca y hermosa



Si a una parte miraran solamente 
vuestros ojos, ¿cuál parte no abrasaran? 
Y si a diversas partes no miraran, 
se helaran el ocaso o el Oriente. 

El mirar zambo y zurdo es delincuente; 
vuestras luces izquierdas lo declaran, 
pues con mira engañosa nos disparan 
facinorosa luz, dulce y ardiente. 

Lo que no miran ven, y son despojos 
suyos cuantos los ven, y su conquista 
da a l'alma tantos premios como enojos. 

¿Qué ley, pues, mover pudo al mal jurista 
a que, siendo monarcas los dos ojos, 
los llamase vizcondes de la vista?


Francisco de Quevedo 

A una dama bizca y hermosa



Si a una parte miraran solamente 
vuestros ojos, ¿cuál parte no abrasaran? 
Y si a diversas partes no miraran, 
se helaran el ocaso o el Oriente. 

El mirar zambo y zurdo es delincuente; 
vuestras luces izquierdas lo declaran, 
pues con mira engañosa nos disparan 
facinorosa luz, dulce y ardiente. 

Lo que no miran ven, y son despojos 
suyos cuantos los ven, y su conquista 
da a l'alma tantos premios como enojos. 

¿Qué ley, pues, mover pudo al mal jurista 
a que, siendo monarcas los dos ojos, 
los llamase vizcondes de la vista?


Francisco de Quevedo 

11 de diciembre de 2013

¿Qué es tu vida, alma mía?



¿Qué es tu vida, alma mía?, ¿cuál tu pago?, 
¡Lluvia en el lago! 
¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre? 
¡Viento en la cumbre! 

¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?, 
¡Sombra en la cueva!, 
¡Lluvia en el lago!, 
¡Viento en la cumbre!, 
¡Sombra en la cueva! 

Lágrimas es la lluvia desde el cielo, 
y es el viento sollozo sin partida, 
pesar, la sombra sin ningún consuelo, 
y lluvia y viento y sombra hacen la vida.

Miguel de Unamuno

¿Qué es tu vida, alma mía?



¿Qué es tu vida, alma mía?, ¿cuál tu pago?, 
¡Lluvia en el lago! 
¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre? 
¡Viento en la cumbre! 

¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?, 
¡Sombra en la cueva!, 
¡Lluvia en el lago!, 
¡Viento en la cumbre!, 
¡Sombra en la cueva! 

Lágrimas es la lluvia desde el cielo, 
y es el viento sollozo sin partida, 
pesar, la sombra sin ningún consuelo, 
y lluvia y viento y sombra hacen la vida.

Miguel de Unamuno

5 de diciembre de 2013

Amiga, mi larario está vacío



Amiga, mi larario está vacío: 
desde que el fuego del hogar no arde, 
nuestros dioses huyeron ante el frío; 
hoy preside en sus tronos el hastío 
las nupcias del silencio y de la tarde. 

El tiempo destructor no en vano pasa; 
los aleros del patio están en ruinas; 
ya no forman allí su leve casa, 
con paredes convexas de argamasa 
y tapiz del plumón, las golondrinas. 

¡Qué silencio el del piano! Su gemido 
ya no vibra en los ámbitos desiertos; 
los nocturnos y scherzos han huido... 
¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido! 
¡Misterioso ataúd de trinos muertos! 

¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas, 
ni lirios, ni libélulas de seda, 
ni cocuyos de luz, ni mariposas... 
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas; 
el viento sopla, la hojarasca rueda. 

Amiga, tu mansión está desierta; 
el musgo verdinegro que decora 
los dinteles ruinosos de la puerta, 
parece una inscripción que dice: ¡Muerta! 
El cierzo pasa, y suspirando: ¡Llora!


Amado Nervo

Amiga, mi larario está vacío



Amiga, mi larario está vacío: 
desde que el fuego del hogar no arde, 
nuestros dioses huyeron ante el frío; 
hoy preside en sus tronos el hastío 
las nupcias del silencio y de la tarde. 

El tiempo destructor no en vano pasa; 
los aleros del patio están en ruinas; 
ya no forman allí su leve casa, 
con paredes convexas de argamasa 
y tapiz del plumón, las golondrinas. 

¡Qué silencio el del piano! Su gemido 
ya no vibra en los ámbitos desiertos; 
los nocturnos y scherzos han huido... 
¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido! 
¡Misterioso ataúd de trinos muertos! 

¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas, 
ni lirios, ni libélulas de seda, 
ni cocuyos de luz, ni mariposas... 
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas; 
el viento sopla, la hojarasca rueda. 

Amiga, tu mansión está desierta; 
el musgo verdinegro que decora 
los dinteles ruinosos de la puerta, 
parece una inscripción que dice: ¡Muerta! 
El cierzo pasa, y suspirando: ¡Llora!


Amado Nervo

4 de diciembre de 2013

¡Qué risueño contacto!


¡Qué risueño contacto el de tus ojos, 
ligeros como palomas asustadas a la orilla 
del agua! 
!Qué rápido contacto el de tus ojos 
con mi mirada! 

¿Quién eres tú? !Qué importa! 
A pesar de ti misma, 
hay en tus ojos una breve palabra 
enigmática. 
No quiero saberla. Me gustas 
mirándome de lado, escondida, asustada. 
Así puedo pensar que huyes de algo, 
de mí o de ti, de nada, 
de esas tentaciones que dicen que persiguen 
a la mujer casada.


Jaime Sabines


¡Qué risueño contacto!


¡Qué risueño contacto el de tus ojos, 
ligeros como palomas asustadas a la orilla 
del agua! 
!Qué rápido contacto el de tus ojos 
con mi mirada! 

¿Quién eres tú? !Qué importa! 
A pesar de ti misma, 
hay en tus ojos una breve palabra 
enigmática. 
No quiero saberla. Me gustas 
mirándome de lado, escondida, asustada. 
Así puedo pensar que huyes de algo, 
de mí o de ti, de nada, 
de esas tentaciones que dicen que persiguen 
a la mujer casada.


Jaime Sabines


25 de noviembre de 2013

Mano de obra




A tareas de amor me comprometo
por el solo placer de su ejercicio; 
no aspiro a dignidad ni beneficio,
y al gozo, única norma, me someto.

Trabajo a domicilio, soy discreto,
y la satisfacción es mi servicio;
mi propuesta no exige sacrificio,
pero requiere espíritu y respeto.

Doy preferencia a remodelaciones,
sin rechazar recientes construcciones,
pero aquéllas serán prioridad.

Si la tarea, de índole amatoria,
no resultara asaz satisfactoria,
se hará de nuevo. Aval de calidad.

Francisco Álvarez Hidalgo


Mano de obra




A tareas de amor me comprometo
por el solo placer de su ejercicio; 
no aspiro a dignidad ni beneficio,
y al gozo, única norma, me someto.

Trabajo a domicilio, soy discreto,
y la satisfacción es mi servicio;
mi propuesta no exige sacrificio,
pero requiere espíritu y respeto.

Doy preferencia a remodelaciones,
sin rechazar recientes construcciones,
pero aquéllas serán prioridad.

Si la tarea, de índole amatoria,
no resultara asaz satisfactoria,
se hará de nuevo. Aval de calidad.

Francisco Álvarez Hidalgo


15 de noviembre de 2013

Autumnal


En las pálidas tardes 
yerran nubes tranquilas 
en el azul; en las ardientes manos 
se posan las cabezas pensativas. 
¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños! 
¡Ah las tristezas íntimas! 
¡Ah el polvo de oro que en el aire flota, 
tras cuyas ondas trémulas se miran 
los ojos tiernos y húmedos, 
las bocas inundadas de sonrisas, 
las crespas cabelleras 
y los dedos de rosa que acarician! 

En las pálidas tardes 
me cuenta un hada amiga 
las historias secretas 
llenas de poesía; 
lo que cantan los pájaros, 
lo que llevan las brisas, 
lo que vaga en las nieblas, 
lo que sueñan las niñas. 

Una vez sentí el ansia 
de una sed infinita. 
Dije al hada amorosa: 
?Quiero en el alma mía 
tener la aspiración honda, profunda, 
inmensa: luz, calor, aroma, vida. 
Ella me dijo: ?¡Ven!? con el acento 
con que hablaría un arpa. En él había 
un divino aroma de esperanza. 
¡Oh sed del ideal! 
Sobre la cima 
de un monte, a medianoche, 
me mostró las estrellas encendidas. 
Era un jardín de oro 
con pétalos de llama que titilan. 
Exclamé: ?Más... 
La aurora 
vino después. La aurora sonreía, 
con la luz en la frente, 
como la joven tímida 
que abre la reja, y la sorprenden luego 
ciertas curiosas, mágicas pupilas. 
Y dije: ?Más...? Sonriendo 
la celeste hada amiga 
prorrumpió: ?¡Y bien! ¡Las flores! 
Y las flores 
estaban frescas, lindas, 
empapadas de olor: la rosa virgen, 
la blanca margarita, 
la azucena gentil y las volúbiles 
que cuelgan de la rama estremecida. 
Y dije: ?Más... 
El viento 
arrastraba rumores, ecos, risas, 
murmullos misteriosos, aleteos, 
músicas nunca oídas. 

El hada entonces me llevó hasta el velo 
que nos cubre las ansias infinitas, 
la inspiración profunda 
y el alma de las liras. 
Y los rasgó. Allí todo era aurora. 
En el fondo se vía 
un bello rostro de mujer. 
¡Oh; nunca, 
Piérides, diréis las sacras dichas 
que en el alma sintiera! 
Con su vaga sonrisa: 
?¿Más?... ?dijo el hada. 
Y yo tenía entonces 
clavadas las pupilas 
en el azul; y en mis ardientes manos 
se posó mi cabeza pensativa...

Rubén Darío

Autumnal


En las pálidas tardes 
yerran nubes tranquilas 
en el azul; en las ardientes manos 
se posan las cabezas pensativas. 
¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños! 
¡Ah las tristezas íntimas! 
¡Ah el polvo de oro que en el aire flota, 
tras cuyas ondas trémulas se miran 
los ojos tiernos y húmedos, 
las bocas inundadas de sonrisas, 
las crespas cabelleras 
y los dedos de rosa que acarician! 

En las pálidas tardes 
me cuenta un hada amiga 
las historias secretas 
llenas de poesía; 
lo que cantan los pájaros, 
lo que llevan las brisas, 
lo que vaga en las nieblas, 
lo que sueñan las niñas. 

Una vez sentí el ansia 
de una sed infinita. 
Dije al hada amorosa: 
?Quiero en el alma mía 
tener la aspiración honda, profunda, 
inmensa: luz, calor, aroma, vida. 
Ella me dijo: ?¡Ven!? con el acento 
con que hablaría un arpa. En él había 
un divino aroma de esperanza. 
¡Oh sed del ideal! 
Sobre la cima 
de un monte, a medianoche, 
me mostró las estrellas encendidas. 
Era un jardín de oro 
con pétalos de llama que titilan. 
Exclamé: ?Más... 
La aurora 
vino después. La aurora sonreía, 
con la luz en la frente, 
como la joven tímida 
que abre la reja, y la sorprenden luego 
ciertas curiosas, mágicas pupilas. 
Y dije: ?Más...? Sonriendo 
la celeste hada amiga 
prorrumpió: ?¡Y bien! ¡Las flores! 
Y las flores 
estaban frescas, lindas, 
empapadas de olor: la rosa virgen, 
la blanca margarita, 
la azucena gentil y las volúbiles 
que cuelgan de la rama estremecida. 
Y dije: ?Más... 
El viento 
arrastraba rumores, ecos, risas, 
murmullos misteriosos, aleteos, 
músicas nunca oídas. 

El hada entonces me llevó hasta el velo 
que nos cubre las ansias infinitas, 
la inspiración profunda 
y el alma de las liras. 
Y los rasgó. Allí todo era aurora. 
En el fondo se vía 
un bello rostro de mujer. 
¡Oh; nunca, 
Piérides, diréis las sacras dichas 
que en el alma sintiera! 
Con su vaga sonrisa: 
?¿Más?... ?dijo el hada. 
Y yo tenía entonces 
clavadas las pupilas 
en el azul; y en mis ardientes manos 
se posó mi cabeza pensativa...

Rubén Darío

12 de noviembre de 2013

En qué satisfaga un recelo



Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones veía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos.


Sor Juana Inés de la Cruz



En qué satisfaga un recelo



Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones veía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos.


Sor Juana Inés de la Cruz



6 de noviembre de 2013

Amor eterno



Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.

Gustavo Adolfo Becquer

Amor eterno



Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.

Gustavo Adolfo Becquer

29 de octubre de 2013

Alma ausente




No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
 
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.  
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
 
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.

La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
 
Federico García Lorca



 

Alma ausente




No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.

No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.


No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.  

No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.


El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.

La madurez insigne de tu conocimiento.

Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.

La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.

Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.


Federico García Lorca