20 de enero de 2013

Despertar



   Amanece sobre el pavimento mojado. El día comienza su camino con cielos plomizos. Estás cerca de la ventana y la lluvia golpea rítmicamente contra el cristal queriendo mojarte, parece furiosa. El viejo espejo refleja las sábanas revueltas de un lecho, campo de recientes batallas. Toda la habitación desprende el aroma de cuerpos cercanos y vivos. Me desperezo y te miro. Tu cuerpo desnudo proyecta su sombra alargada contra la pared. El deseo inunda mi vientre y hace crecer mi deseo. Tu camisa está en el suelo trazando una extraña danza, la recojo y la huelo, tu aroma, tu aire, se entremezclan con tu perfume.
   Me acerco en silencio por detrás. Quiero que sientas el calor de mi cuerpo junto al tuyo. Mis manos acarician tus muslos, mis dedos marcan caminos y anhelos hasta tus caderas, suben desde tu cintura hasta tus hombros y te abrazo. Estás fría y ausente, casi no te mueves. Tu aliento condensa gotas de vaho en el cristal. Enredo mis dedos en tu cabello y beso tu nuca. Tu mano se mueve imperceptiblemente al principio y con ansiedad busca la mía. Te estremeces. Te giras despacio y me miras. Una sonrisa plácida ilumina tu rostro. Tus ojos brillan. Tus manos estrechan mis caderas y las unes a las tuyas. Me refugio en el hueco de tu cuello y te doy un beso suave, casi un roce. El abrazo es tan intenso, tan fuerte que durante un instante transmite todos los saberes del mundo y todas las ausencias, genera esa energía que es capaz de mover el mundo y también de detenerlo. Eres tan hermosa. Una diosa de marfil y eres mía. Todo en ti sugiere destinos infinitos y cuentos de sirenas. Espuma de mar y salitre en la piel. Tu cabellera, despeinada, derrama una cascada dorada sobre tu espalda que te viste como túnica iridiscente. Tu sonrisa, entre pícara y tímida, me transporta a cielos ausentes. Miras hacia el lecho y un dulce mohín quiebra el coral de tu boca, toda una invitación a la sensualidad y el anhelo.
   Las nubes se van disipando poco a poco. Un rayo de sol asoma tímido entre ellas. La luz va inundando la habitación, pero tú ya no estás. Has desparecido. Fuiste el sueño de una noche febril, fui tan necio que te dejé escapar antes de tenerte en mis brazos. Como una diosa lejana e inaccesible ahora solo me permites poseerte en mis sueños. Y me arrepiento. Y lloro.

Anónimo

Despertar



   Amanece sobre el pavimento mojado. El día comienza su camino con cielos plomizos. Estás cerca de la ventana y la lluvia golpea rítmicamente contra el cristal queriendo mojarte, parece furiosa. El viejo espejo refleja las sábanas revueltas de un lecho, campo de recientes batallas. Toda la habitación desprende el aroma de cuerpos cercanos y vivos. Me desperezo y te miro. Tu cuerpo desnudo proyecta su sombra alargada contra la pared. El deseo inunda mi vientre y hace crecer mi deseo. Tu camisa está en el suelo trazando una extraña danza, la recojo y la huelo, tu aroma, tu aire, se entremezclan con tu perfume.
   Me acerco en silencio por detrás. Quiero que sientas el calor de mi cuerpo junto al tuyo. Mis manos acarician tus muslos, mis dedos marcan caminos y anhelos hasta tus caderas, suben desde tu cintura hasta tus hombros y te abrazo. Estás fría y ausente, casi no te mueves. Tu aliento condensa gotas de vaho en el cristal. Enredo mis dedos en tu cabello y beso tu nuca. Tu mano se mueve imperceptiblemente al principio y con ansiedad busca la mía. Te estremeces. Te giras despacio y me miras. Una sonrisa plácida ilumina tu rostro. Tus ojos brillan. Tus manos estrechan mis caderas y las unes a las tuyas. Me refugio en el hueco de tu cuello y te doy un beso suave, casi un roce. El abrazo es tan intenso, tan fuerte que durante un instante transmite todos los saberes del mundo y todas las ausencias, genera esa energía que es capaz de mover el mundo y también de detenerlo. Eres tan hermosa. Una diosa de marfil y eres mía. Todo en ti sugiere destinos infinitos y cuentos de sirenas. Espuma de mar y salitre en la piel. Tu cabellera, despeinada, derrama una cascada dorada sobre tu espalda que te viste como túnica iridiscente. Tu sonrisa, entre pícara y tímida, me transporta a cielos ausentes. Miras hacia el lecho y un dulce mohín quiebra el coral de tu boca, toda una invitación a la sensualidad y el anhelo.
   Las nubes se van disipando poco a poco. Un rayo de sol asoma tímido entre ellas. La luz va inundando la habitación, pero tú ya no estás. Has desparecido. Fuiste el sueño de una noche febril, fui tan necio que te dejé escapar antes de tenerte en mis brazos. Como una diosa lejana e inaccesible ahora solo me permites poseerte en mis sueños. Y me arrepiento. Y lloro.

Anónimo

14 de enero de 2013

A tu lencería






Sobre el tesoro tú, cándido amante,
tu avaricia blanquísima despliegas,
y, envidiosa nube, altivo niegas
al deseo su centro deslumbrante.

Cuándo será que, en gracia de un instante,
queden, vidente amor, sus ansias ciegas,
y de la vid en las hermosas vegas

libres racimo y gloria penetrante.
Oh feliz ser, oh velo del recinto
en que la vida tiembla y se acobarda,
desfallece la mar, se yergue el fuego.

Todo es igual y todo ya distinto:
el dulce arquero que tu luna guarda
con su rayo me hiera, y muera luego.


Antonio Gala



9 de enero de 2013

Guerra de amor

       

El tiempo que la barba me platea
cavó mis ojos y agrandó mi frente,
va siendo en mí recuerdo transparente,
y mientras más el fondo, más clarea.

Miedo infantil, amor adolescente,
¡cuánto esta luz de otoño os hermosea!,
¡agrios caminos de la vida fea,
que también os doráis al sol poniente!

¡Cómo en la fuente donde el agua mora
resalta en piedra una leyenda escrita:
el ábaco del tiempo falta una hora!

¡Y cómo aquella ausencia en una cita,
bajo las olmas que noviembre dora,
del fondo de mi historia resucita!


Antonio Machado

2 de enero de 2013

El amor ascendía entre nosotros



El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron.

El íntimo rumor de los dos cuerpos
hacia el arrullo un oleaje trajo,
pero la ronca voz fue atenazada,
fueron pétreos los labios.

El ansia de ceñir movió la carne,
esclareció los huesos inflamados,
pero los brazos al querer tenderse
murieron en los brazos.

Pasó el amor, la luna, entre nosotros
y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan
y se encuentran lejanos.

Miguel Hernández

El amor ascendía entre nosotros



El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron.

El íntimo rumor de los dos cuerpos
hacia el arrullo un oleaje trajo,
pero la ronca voz fue atenazada,
fueron pétreos los labios.

El ansia de ceñir movió la carne,
esclareció los huesos inflamados,
pero los brazos al querer tenderse
murieron en los brazos.

Pasó el amor, la luna, entre nosotros
y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan
y se encuentran lejanos.

Miguel Hernández