1 de enero de 2008

Las abarcas desiertas

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Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.

Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

Miguel Hernández

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosa poesía de Hernández... hermosa y triste. Ojalá nadie tenga, este cinco de enero, las abarcas desiertas. Al menos, que las llene el amor y la alegría. Un abrazo.

Fernanda Irene dijo...

Siempre me produce una gran tristeza leer a Miguel Hernández y esta poesía explica por sí sola el por qué, duele como un dardo y más en esta fecha que se aproxima, la fiesta de los niños por excelencia. Ojalá fuera suficiente el desearlo con el corazón para que todos los niños del mundo tuvieran el día seis zapatos, y además llenos de regalos.

Vuelve por casa, siempre serás bienvenido.

Saludos