Antes del alba ni los perros
ladran,
ni serpentea el tráfico, y la
luna,
obstinada noctámbula, dormita
en la callada claridad difusa.
Son horas de silencios
subterráneos,
y de inmovilidad de sepultura,
a la espalda del sueño,
reclinado
sobre la intimidad de la
penumbra.
Y yo salgo de mí, mas no te
encuentro,
tan sola en esta habitación
oscura,
tan frío el otro lado de mi
lecho,
tan lejos de tu cuerpo, tan
desnuda...
Y consiento a mis manos
seguir sobre mi piel la misma
ruta,
ingenua y atrevida,
que siguieron las tuyas.
Qué soledad de amaneceres
tristes,
viajera sin tí en la noche en
fuga,
sólo con la caricia imaginada
que en mis trémulos dedos se
refugia.
Me asalta tu presencia
ineludible
y en abrazo incorpóreo me
arrulla,
se me arquea la espalda,
y me siento flotar como la
espuma.
Oh, mi mar, mi marea
inagotable,
llévame una vez más. Tanta
renuncia
me tritura los huesos del
recuerdo,
y todo en mí sin fuerza se
derrumba.
Cómo se acerca el alba, y tú
no vienes,
continuidad de deserción
nocturna,
siguiendo las semanas a los
días,
luego meses tal vez, y quizá
nunca;
con sed de tí, con hambre que
desgarra,
con desesperación y con
angustia...
Negra es la noche de tu
ausencia, negra,
y el despertar sin ti, qué
desventura...
Francisco Álvarez Hidalgo
|
8 de abril de 2013
Despertar sin tí
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